La sombra del ala: Una visión personal y apasionada de la historia de Cuba por Mario A. Martí Brenes

No se puede decir tantas cosas contrarias a la corriente de siempre sin provocar. Por otro lado, mi lectura no es la única posible de los acontecimientos que abordo.
Reflexionemos: La historia la escriben los vencedores y la tuercen a su beneficio.
La historia de Cuba ya hoy no es historia, es un cantar de gesta, una epopeya homérica con héroes y villanos. Bonita, agradable pero muy poco objetiva.
Los hombres que hicieron la historia no son héroes de sagas, odiseas o leyendas. Son seres defectuosos como nosotros y con nuestras pequeñeces naturales.
Hay muchos que critican lo que digo.
La mayoría pone argumentos que delatan los manuales por los que estudiaron, o las tesis de los historiadores de siempre. Una vez una niñita, mi hija, me dijo: “¿Papi, cuantos años duro la guerra por la independencia?” “Muchísimos”, fue mi respuesta. “No es verdad papi mira que fácil gana Elpidio Valdés, esos españoles siempre estaban haciendo boberías y corriendo como cobardes”.
Soy un anciano de setenta años. Me he cuidado muchísimo de la superficialidad. En 1964 comencé a estudiar historia en la Escuela de
 Educación de la Universidad de La Habana. Me gradué cuatro años después de Profesor de Historia y Geografía. Inmediatamente comencé a estudiar Licenciatura en historia de la que también obtuve el diploma. He sido alumno de María del Carmen Barcia, de José Luciano Franco, de Hortensia Pichardo, de Levi Marrero, de José Antonio Portuondo, de Julio Le Riverend, de Oscar Pino Santos, de Alejandro García y de muchos otros que ni recuerdo ahora.
De todos he sido amigo. Muchas de las cosas que aquí digo las conversé con ellos en alguna oportunidad. He pasado infinidad de años revisando legajos en el Archivo Nacional de Cuba, en la Sociedad Económica de Am
igos del País, en la Sociedad de Técnicos Azucareros de Cuba, en la Biblioteca Nacional en el Archivo de Indias de Sevilla, en el Archivo del Ejército en Ciudad Real (Castilla-La Mancha).
Aun me meto en la Biblioteca del Congreso en Washington. ¿Quién ha dicho que soy infalible, que soy dueño de la verdad? ¿Pero superficial?